En consonancia con su estética, Julio Cortázar nos ofrece en el «Diario de Andrés Fava» en efecto, un diario, pero no en el sentido convencional de los diarios. Lo que se espera de un diario es que cuente una cotidianidad conformada de acontecimientos, y si se quiere de las emociones o reacciones que provocan las circunstancias de vida que vive el autor del texto.

En este caso se trata de un diario intelectual, de uno que somete a escrutinio las propias acciones, incluso se puede afirmar que las critica, pero sobre todo es un diario de las ideas y las lecturas que se han tenido durante un día o durante una época.

Así, se va reflexionando sobre la obra y el pensamiento de autores como Joyce, Flaubert o Kant y otros que tal vez son más apócrifos como Ulyses Petit de Murat o Michel Zevaco. Hay una suerte de juego Borgiano, de construir una historia a partir de textos que no tendrían originalmente una intención narrativa.

Se habla al final de una novela que al autor del diario le gustaría escribir, y luego se larga a escribirla. Menciona una cita, esta es de Antonio de Ulloa, escritor del siglo XVIII, de un texto existente pero sumamente extraño para el acerbo literario de un autor «Noticias americanas», que versa de especies, territorios, climas, entre otras particularidades del continente. No se sabe muy bien si «Diario de Andrés Fava» juega a la erudición, parodia la erudición o intenta una frescura a partir de la extravagancia erudita.

Hay en el texto una escritura sobre la escritura, sobre el no-tema de la novela, que es a la vez el tema de esta, pero no está explicitado, sino identificado en la inherencia del texto: es la redención de la inutilidad del texto. La metanovela es la novela misma, se declara de esa manera su intencionalidad estética.