Parece que está claro que la palabra «catracho», que sirve como gentilicio popular para los hondureños, tiene origen en una deformación del apellido catalán Xatruch. Se dice que, en Nicaragua, debido a su difícil pronunciación (aparentemente ´satruch´) se fue deformando hasta llegar a la forma que actualmente conocemos.
Para nadie es un secreto que las palabras cambian a través del tiempo, sobre todas aquellas que parecen no tener la misma armonía que las demás palabras de la lengua, como pudo suceder con la que hoy nos ocupa. Pero ¿tiene sentido el cambio que se produjo?
Si comparamos la palabra original «Xatruch», con el resultado «catracho», vemos que tienen una estructura general parecida, sobre todo la primera vocal seguida del primer juego de consonantes: «atr» y luego el dígrafo «ch». Luego cambian dos consonantes y una vocal.
La «x» que bien puede pronunciarse como «s» o como «sh» debido a su origen catalán pasa a ser «c». En la segunda sílaba «u» pasa a ser «a», y en la última sílaba se le agrega una «o» para el masculino o una «a» para el femenino.

Este último es el cambio más fácil de explicar y el más lógico de todos, ya que al convertir a plural la palabra original «xatruchs» o «xatruches» queda automáticamente agregada una vocal, sin embargo, aun esta paragoge tiene un cambio posterior. Pasa de «e» a «o/a». La «e» es una vocal semicerrada y la «o» también por lo que no sería tan difícil pasar de la una a la otra, aunque se articulan de maneras totalmente opuestas, la una es anterior y la otra posterior. La posición final de palabra, aunque no de sílaba, contribuye a que se dé el fenómeno.
La situación es aún más difícil si pensamos en la segunda sílaba. La vocal «u» se transforma en «a». En otras palabras, la vocal posterior más cerrada «u» se transforma en la vocal anterior más abierta «a». Es como ir del Polo Norte al Polo Sur (y sin pasar por el ecuador). Este movimiento es muy difícil de sostener desde el punto de vista lingüístico. Lo inusual no está en que se abran, porque las vocales como las consonantes en lugar de cerrarse tienden a abrirse. Por ejemplo, «manum» del latín se transformó en «mano» o «silvam» del latín se transformó en «selva». El problema radica en la distancia fonética que hay entre un elemento y el otro.
Ahora vamos al inicio de la palabra, que es el que genera más conflicto. El sonido fricativo alveolar sordo /s/ (o en todo caso el fricativo postalveolar sordo /ꭍ/ si se pronunciara en catalán), que se representa en la escritura común con la «x», pasó a ser oclusivo velar sordo /k/, que nosotros escribimos con «c». Es el cambio más notable e importante, pero también el más difícil de explicar, porque la tendencia de las consonantes es a relajarse y no a tensarse, es decir, no normal es pasar de un sonido oclusivo a una fricativo, como sucedió en el latín en el que la «c» ante «e» e «i» se pronunciaba /k/ y pasó a ser /s/ en español, y por eso decimos «Cicerón» /siserón/ y no /kikéro/. Otro ejemplo pasamos del latín /lankeare/ al español /lansar/ que escribimos «lanzar».
Otro factor que es difícil de sostener es el tiempo. El episodio de la historia centroamericana que obligó al movimiento de Xatruch no duró demasiado, en 1857 Walker ya se había rendido. Un año o a lo mucho dos no son demasiado tiempo para que se den estos cambios lingüísticos, sobre todo si son tan resistidos por parte de los sistemas.
No busco cuestionar el origen del término, sin embargo, es necesario conocer lo difícil que es sostener la lógica de los cambios desde el punto de vista del sistema de la lengua. Pero cada regla tiene su excepción.
Josué R. Álvarez
Lingüista