Amo la locura contenida en tus confines,

la belleza tácita de tu risa estrecha;

amo tus principios y también tus fines,

y la mirada que al mirar me acecha.

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Amo quizás como amarían los delfines

el agua caliente que por tu espalda brecha

y el espacio de tu boca con que defines,

 el amor de tu vientre: su lugar y fecha.

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Amo como los hombres y no como Dios:

no con risas y con celos y locura,

carnalmente y con el quebranto de la voz.

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Amo, quizás, con algún velo de ternura,

pero, en fin, amo como muerto del amor;

y así, muerto, amo la voz que te figura.

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Josué R. Álvarez