El pretérito imperfecto

es la más triste de las conjugaciones verbales.

Tiene un dejo de nostalgia

y diría yo que hasta de impotencia.

Pensemos, por ejemplo, en el verbo «saber».

Si construimos entre lágrimas semiasomadas la oración:

«Yo sabía montar en bicicleta»,

esta no puede ser menos que fatal,

porque, ¿quién desaprende a andar sobre dos ruedas?

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Josué R. Álvarez

11 de mayo de 2021