Culpable de Antoine Fuqua (2021) es la versión estadounidense de la película homónima danesa que se estrenó en 2018. Es de esas películas que tienen peculiaridad tanto narrativa como argumental.  Es un ejemplo perfecto para un taller de guion, de cómo distinguir entre la narración o técnica narrativa y la historia.

La forma de narrar

La particularidad de Culpable es que se desarrolla completamente en el centro de llamadas del 911. Fue la manera que se encontró de contar dos historias: la que se escucha a través de las llamadas y la que vive el policía. Si bien, no es la primera vez que se entrelaza el drama que viven las personas en una película de temática policial con la historia propia del policía, sí es novedoso que una historia hay que escucharla por el teléfono y la otra hay que interpretarla o casi imaginarla. Recuerda al gran Abbas Kiarostami.

De hecho, Joe Bayler (Jake Gyllenhaal) está en escena durante todo el largometraje. Todo es todo, no hay un solo momento en el que no se lo ve. Siempre al teléfono. Y lo más importante, aunque la historia que se escucha por teléfono no está de manera referencial relacionada a Joe, sí de manera metafórica o analógica, tanto que le da el último estoque a la historia que nos estamos imaginando.

Las únicas escenas fuera (aún con Joe de fondo) son muy imprecisas y borrosas, como sucede cuando nos tenemos que imaginar lo que sucede. Cumpliendo fielmente con la estética de la película. Algunos pasajes son intencionalmente confusos, como nos pasaría si estuviéramos allí en el centro de llamadas.

La configuración del personaje

El objetivo de toda película se logra: engancha. Y más allá de eso, al espectador le importa lo que le suceda a Joe, también a Emily, Abby, Oliver y Henry, que son los protagonistas de la historia que se cuenta a través de las llamadas al 911.

Joe es padre de una niña, de cuya madre está divorciado. La relación con su hija se va deteriorando, quizá por la misma razón por la cual ha sido degradado y tiene un juicio al día siguiente de los sucesos de la película. Los detalles de no poder darle las buenas noches, la discusión con la madre, que la tenga de fondo de pantalla, que sienta la necesidad de cruzar límites para cuidar a una niña desconocida, solamente tienen sentido cuando descubrimos el final de la historia. Y la cereza del pastel es la última línea de guion.

La historia de las llamadas deja de ser un elemento accesorio, desde este punto de vista, y se convierte en una clave. Aunque esa historia, que es en realidad la que mantiene la tensión durante la película, bien pudo haber tenido su propia película. Es, digamos, un cuento a lo Stephen King, donde nada es lo que parece. Nada.

Es de esas películas en las cuales crees que lo sabes todo, pero no. Corre el riesgo de parecer cualquier cosa, una más, pero confía en la paciencia del espectador.

Desde el guion y desde la dirección se fueron dejando  suficientes indicios para que al final, nos levantemos satisfechos de la butaca o del sillón. El final, quizá responda al cambio natural que exige todo arco dramático, y quizá nos deje un nudo en la garganta, pero ¿no es eso lo que andamos buscando el cine? Sentir.

Josué R. Álvarez