Bésame, y podré sentir curado el pecho,

embalsama con  anís tus carnes rojas,

cúrame todo mal que me tengan hecho,

ven y sana todas estas mis congojas.

Que yo espero mi consuelo de tu lecho,

que  me mires solitario y me recojas,

y que ahuyentes mis tristezas al acecho,

desnudando una mirada si te antojas.

Quien mejor podría curarme que tus manos,

dos mansas sirenas acariciadoras,

que aletean, y dejando van lejanos

los dolores que profesan malas horas,

y que al cabo de los tiempos son profanos

pues no vienen de tus manos sanadoras.

Josué R. Álvarez