En algunos países de América Latina existe la costumbre de decir buen provecho o simplemente provecho, cuando una persona está comiendo. Quizás en algún lado se dice: que le aproveche.
Y sí, siempre nos han enseñado que es parte de la buena educación decirlo, sin embargo, hay un aspecto práctico que impide hacerlo. Este no es exactamente un problema lingüístico, pero sí uno de comunicación pragmática, y es importante de anotar.
Cuando nosotros decimos buen provecho, hay un aspecto que no controlamos. Esa persona puede estar descansando su mandíbula, pero también podría estar masticando. Es en ese momento en el que se genera un problema: por la prisa de responder se habla con la boca llena, que causa un momento incómodo.
Aunque para quienes les gusta decirlo o que se los digan podría llegarse a una solución convencional: responder con un simple gesto. La otra opción es no decirlo y que las personas coman en paz. Pero todas maneras es una frase que se seguirá diciendo y, sin lugar a duda, seguirá causando incomodidades. Y tal vez placer acaso moral en otros.
Otro aspecto para evaluar es la intencionalidad. Lógicamente, quien dice la frase tiene muy buena intención. ¿Pero de qué? Analicemos: buen provecho, es el expreso deseo de que las personas disfruten la comida o hagan una buena digestión. Pero, ¿de verdad se transmite eso? Es posible que más bien se trate de la buena intención de ser educado o una de conservar la tradición, y nada más. Y aunque las tradiciones sean hermosas, no quedaría de la frase más que en vacuas palabras. Por lo que no le dejamos nada al otro.
Josué R. Álvarez