Son muy pocas las películas que llevan la poesía al cine, y con esta afirmación no digo que no haya algunas que gocen de un magnífico discurso lírico. Me refiero a que el argumento se sustente en un poema o en un conjunto de poemas. Palabras que burbujean como refresco, película de animación japonesa, es uno de esos casos particulares.

Cherry es un chico que escribe poesía y, por un evento «desafortunado» conoce a Smile, una influencer que cubre con tapabocas sus grandes incisivos, dientes de castor. Ella comienza justamente a influir en su vida. Paralelo a la historia de Cherry y Smile, se va desarrollando otra: la búsqueda de un vinilo del señor Fujiyama que es una historia de amor a lo Nicholas Spark, pero en ánime. Para llegar a ser largometraje.

Una de las cualidades que atrapan de esta película es que el poeta, Cherry, es un chico sencillo, que publica sus versos en una especie de Twitter, y nada más. Es un chico cotidiano que se sorprende de la vida, así como son los haikús. Esa primera consonancia y armonía se aprecia; la película —salvando los tecnicismos— es un haikú.

Palabras que burbujean como refresco

Cerezo en flor / me encantan las hojas / que me ocultas, es el poema que más resalta y el que le da sentido al largometraje. Smile siempre cubre su rostro y su sonrisa, de ahí su nombre en redes sociales, —se aprecia el oxímoron y la ironía— y es justamente lo que más le atrae a Cherry, quien en una de las primeras escenas la ve sin cubrebocas. Por su parte Cherry se cubre los oídos. Se agradece también el paralelismo.

Yendo más allá, la historia de Cherry y Smile se puede dividir en tres actos, así como tres versos tienen los tradicionales poemas japoneses. En la primera parte se muestran, con una parte estética fuera, pero sus «defectos» escondidos: «cerezos en flor». En la segunda parte descubren que hay algo que les gusta que no saben exactamente qué es: «me encantan las hojas». En la tercera parte descubren que eso que estaba escondido, los dientes o la personalidad, es lo que realmente les gusta: «que me ocultas».  

Otro aspecto a valorar es que por todos lados, incluso, en las paredes hay poesía, una lírica urbana. No a lo Gustavo Adolfo Bécquer, que vuelve sublime lo cotidiano, sino a la tradición japonesa, que cotidianiza lo sublime, la poesía.

Es una película que nos recuerda que las hojas ocultas, las no consideradas, las que no son ni siquiera lo más hermoso del árbol, también nos pueden gustar. Quién sabe cuántas hojas hemos escondido, por creer que no valen la pena.  

Josué R. Álvarez