Unos dicen que es una culebra; otros, que es una especie de lagartija de color gris que deja por donde pasa, una baba espumosa y que cuando los animales comen la grama sobre la cual ha pasado la lagartija gris, son atacados por esta terrible enfermedad (Ortega, 1970). Con esta afirmación comienza Pompilio Ortega un artículo de espíritu aclaratorio publicado originalmente en el Boletín de la Escuela Normal de Varones, de septiembre de 1922 y posteriormente en 1970 en la Revista de la Academia Hondureña de Geografía e Historia.
Ortega se refiere en su artículo a la confusión de una enfermedad con un supuesto ser fantástico o al menos muy exótico, del imaginario mitológico hondureño: el comelenguas. Sin embargo, lo referido en esa publicación ya casi centenaria difiere con lo que se puede encontrar en internet hasta hoy, comenzando por el aspecto físico de este ser, que es propuesto como una criatura voladora. Un murciélago de grandes proporciones describiría el mismo Ortega al menos dos décadas después.

También varía en la data, pues en algunas publicaciones se afirma que la leyenda se comenzó a forjar por los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Pero según afirmaciones de Ortega este relato puede andar en Honduras desde principios del siglo XX; ya que el pretexto para escribir el artículo en ese entonces fue una serie de telegramas y noticias provenientes del municipio de Santa María (no dice cuál de todos), que avisan que el comelenguas está matando animales. Y enfatiza que no era la primera vez que se daba. De ahí la conclusión.
Entre otros detalles, el autor explica la razón por la cual no es lógico que sea un animal de las características antes referidas el que deje a los animales (cerdos o cabras) sin lengua. De inmediato aclara que se trata de la fiebre aftosa, llamada —según sus palabras— enfermedad de la boca y de los pies, en Estados Unidos y enfermedad glosopeda, en España y algunos países de América Hispana. Sin embargo, estos tres nombres proporcionados en el artículo corresponden a una sintomatología diferente, esencialmente porque los animales no llegan a perder la lengua, aunque sí pueden llegar a morir. Ortega atribuye la pérdida de la lengua a la putrefacción.
De ese artículo me llaman la atención dos aspectos, la sentencia que está al final de la redacción: no obligo a nadie a pensar como yo pienso, el que quiera que los acepte y el que no que se quede como antes (Ortega, 1970); y lo segundo es que goza de muy buena letra pesar de que fue escrito apenas para un boletín escolar. Eso habla de la calidad educativa de la época o del descenso en la nuestra. Además, es un texto que parece estar muy bien documentado para su época.
Así como estas hay muchas otras leyendas que podrían tener un explicación lógica, que de vez en cuando nos gusta olvidar. Porque así somos, nos gustan las historias de este tipo. Son una explicación más lírica de la realidad.
Josué R. Álvarez
Bibliografía
Ortega, P. (1970). El comelenguas no existe. Revista de la Academia Hondureña de la Lengua , 30-49.