Oscar Estrada hizo, con la publicación de Pescador de sirenas, la que puede ser la apuesta más arriesgada de su carrera literaria. No es fácil retratar a Juan Ramón Molina, ni a ningún otro poeta de ese calibre. Se corre siempre el riesgo de que cuando hable, se lo vea impostado, demasiado grande o demasiado pequeño, pero debo decir que de este reto ha salido muy bien librado.
Del argumento no hay mucho qué decir, Pescador de sirenas cuenta los momentos más relevantes de la vida de Juan Ramón Molina, o por lo menos aquellos que se han rescatado de algún intercambio epistolar o de algún testimonio. Algunas referencias a sus poemas están finamente hilvanadas: Otros, como Molina, no volverían a ver la cresta azul de los cerros de Tegucigalpa (pág. 232), que nos recuerda al inicio de su poema Autobiografía: Nací en el fondo azul de las montañas / hondureñas. Detesto las ciudades… (Molina, 1959). Tal vez se podría resumir el argumento de la obra en los versos de las estrofas de la catorce a la diecisiete del mismo poema:
Una existencia asaz contradictoria
de placer y dolor, de odio y de arrullo,
ha agitado mi ser: tal es la historia
de mi sensibilidad y de mi orgullo.
….
Goces mortales y terribles duelos,
toda ventura y toda desventura
exploraciones por remotos cielos,
enorme hacinamiento de lectura.
….
Despilfarro de vida sensitiva
abuso de nepentes; los cilicios
mentales; l´alma como carne viva;
la posesión de prematuros vicios;
….
las miserias del medio; las ansias de gloria
que llega tarde; estar organizado
para la lucha y para la victoria,
y ser a pesar de eso un fracasado.
…
También en algún momento la novela se refiere a Mr. Black, o a los hechos que inspiraron uno de los relatos más conocidos de Juan Ramón Molina. También a algunos otros relatos.
En cuanto a la estructura, Estrada usa diferentes recursos como las cartas, las entrevistas, las conversaciones para hacer progresar la acción. Lo logra un texto muy fluido. A pesar de que tiene un buen sustento histórico, la vida de Molina logra novelarse sin aparentes dificultades, aunque seguramente fue un trabajo costoso.
Es imposible no querer más a Molina después de esta agradable lectura. Se lo logra transparentar como ser humano. Estrada logra referirse a él como un príncipe y como un bolo, como un borracho patero sin desfigurarlo ni un poco. Ese es un gran mérito. Memorables son las descripciones de la corte de Molina, compuesta por borrachines del Sipile.
La figura de Froylán Turcios es muy agradable, y lo logra dejar, al igual que Molina, en una muy buena posición. Y más allá de Molina, se logra ver Tegucigalpa y Honduras de un modo distinto. No demasiado romántico, pero sí un poco más entusiasta. Amable en su fealdad, un amor resignado podría decirse.
Creo que esta es una obra que ha tardado mucho en llegar, pero ha valido la pena. Y tal vez merezca una suerte mucho mejor en la memoria de las letras hondureñas que la que ha tenido hasta hoy.
Josué R. Álvarez
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