Excluyendo los adjetivos académicos, creo que el que mejor le queda a Estos días se llaman Blanca, es dulce. Dulce el libro, como dulces son las madres, como dulces son las Blancas, porque, ¿quién no ha tenido o por lo menos conocido una Blanca?
El poema en prosa de Leonel Alvarado hace una radiografía de las vicisitudes y las pequeñas alegrías de todo un país, a través de la sinecdótica figura de Blanca que Volvía con el arroz bajo el brazo y antes dejaba entrar el nombre acurrucado en la puerta, listo para ir a empeñarlo por pequeñísimos milagros que le abrían más la cicatriz (Alvarado, 2017).
Hay un yo lírico que observa a Blanca y hace que trascienda el mero recurso lírico, porque no es ficción que las madres son las que tienen el mejor termómetro de lo dura que es la vida. Un yo lírico, que por cierto es colectivo, útil para el discurso de Alvarado.
Blanca, más allá de las referencias personales, no es casual que se llame así. Sobre el blanco cabe cualquier mujer, cualquier madre o abuela y hasta cualquier país, o por lo menos uno llamado Honduras. Es digamos, un rostro en blanco que podemos llenar con las Franciscas, con las Marías, con las Gladys, con las Lesbias.

Estos días se llaman Blanca, tiene un discurso sostenido y coherente, en el que cada pieza calza perfecto con la que sigue y también con la que está a cuatro o cinco páginas. La construcción es más sutil de lo que parece. Por ejemplo, el fragmento 18: Su vida no se mide en meses ni en semanas, sino en días, uno por uno, como gotas de un cuerpo que no acaba de desangrarse (Alvarado, 2017), nos habla de la manera en la que vivían nuestras abuelas, la vida moderna es la que nos pone calendarios. La medida de tiempo más importante para ellas es el día, porque los quehaceres de la casa son así, diarios, constantes, que parecen que nunca acabarán.
El libro probablemente recuerde cómo fue la vida de nuestros padres y abuelos, con ciudades pequeñas, sin aceras, sin tráfico. Creo que no se trata de una propuesta nostálgica, sino de una propuesta de realidad, y quizá, de reflexión, aunque esto último es menos probable.
Desde le punto de vista estético, Alvarado responde a una poesía que supera lo descriptivo y coquetea con lo narrativo. Y como es natural, cuando las historias tocan la poesía, se multiplican, como el arroz de Blanca.
Josué R. Álvarez
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