No se necesita mucho, solo escuchar el nombre El hilo en el laberinto, para sospechar un par de ideas de este poemario de Ludmila González. De inmediato se piensa en Teseo y Ariadna y sus múltiples interpretaciones. De inmediato se sospecha que hay un hilo de oro o de lo que sea, que se echa a rodar en el laberinto para poder volver a alguien o a nosotros mismos.

La colección de poemas está dividida en cuatro partes: Historias sin sentido. Poemas oníricos; Historias del agua; Historias del sol; Historias de despedidas. Es destacable que tratándose de un libro del género lírico, los títulos de las partes sugieran con la palabra historia algo más relativo a la narrativa. Pero es que , ¿no es acaso la poesía otra manera de contar? Sí, bajo otras leyes y principios, pero al fin y al cabo es contar.

En la primera parte, que se refiere a lo onírico, en efecto se encuentra el sinsentido del sueño, la aparente desconexión de estos entre sí, la desconexión con la realidad o la verdad si se quiere, pero también la consonancia con el deseo, el anhelo…

Hay recursos destacables, por ejemplo, en el primer verso del poema Figura se nos sugiere el sueño a manera de recurso cinematográfico, sin color: Tu figura en blanco y negro / se pasea / bidimensional boceto / de película muda (pág. 11). Por otra parte, se puede interpretar que en el Haikú II: Como pinturas / vimos escenarios / de aquel mundo (pág. 13), se nos propone lo onírico como una pintura, un Dalí quizá. Es decir, que nos referencia a aspectos ya ultra reconocidos para crear una imagen lírica.

Además de que Ludmila González se inscribe en el mito con el hilo en el laberinto, también lo hace en la tradición del río, como símbolo siempre presente de la vida y la muerte en la poesía. Lo hace con Postal I. Hojas en el río. Sin embargo, le añade la variante de las hojas en el viento y en el río, llevadas a un mismo destino. Y se suma el elemento que va más allá del simple tránsito, la imagen que evoca y que de alguna manera (contradictoriamente transitoria) permanece.  Punto tripartito, El pescador, Entre ríos, entre otrosson algunos de los  poemas que se inscribe a esta tradición.

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En Historias del agua se puede identificar un discurso sobre la ausencia a través de un campo léxico: partir, inventarte, recuerdos, barcos, ver menos, ausencia, pérdida, etcétera. En definitiva, hay una constante referencia a algo que debería estar y no está.

La tercera parte remite quizá al sol que nos hace crecer, nos embellece. El sol que con el agua nos hacen un campo florido. Y por último, en Historias de despedidas, como se espera hay una telaraña nostálgica. Las despedidas son repentinas: Cerré los ojos / sin saber que estarías / del otro lado (pág. 57). Y uno, se despide del abuelo, por ejemplo; sabiendo y no sabiendo. O mejor dicho, sabiendo pero no dimensionando. Uno se despide de la infancia, de lo que fuimos y de los que fueron con nosotros. Pero esa despedida al final nos deja una esperanza. Son notas mentales que puede sugerir este poemario.

Y no quisiera irme sin destacar el poema Cáscara, el cual me parece de los mejor logrados y el impacto visual de Postal II. Camino de luna, que construye una estela con palabras, la misma que la luna construye con su reflejo.

A pesar de que el poemario está dividido en cuatro partes, en cada una de ellas hay luz, hay sueños, hay ríos, hay ausencia y despedida, hay un hilo que las orienta en el laberinto.  

Josué R. Álvarez

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