Se podría afirmar que El pirata Morgan y otros cuentos (2015)de Carlos Castro Jo, es uno de esos libros que son una madeja. La colección de diecisiete cuentos aborda dos temáticas: la revolución y la nostalgia. Como es esperado en la literatura, se nos muestra lo que fue el conflicto armado en Nicaragua, producto de la revolución sandinista, pero desde unas ópticas más cotidianas y sobre todo del recuerdo. Se muestran los conflictos personales que son consecuencia de los conflictos sociales.
Una de las estructuras narrativas que más se repite consiste en mostrar el presente de un personaje con una situación particular, pero con origen en el pasado, casi siempre en los años en los que se desarrolló el conflicto. Hay casos en los que es un pasado más reciente, como en Para componer un jodidito, pero de todas maneras se muestra que las acciones pasadas tienen consecuencias en el presente, y sobre todo que las personas no olvidan. De los recursos más utilizados en la obra es el racconto.
La costa caribeña de Bluefields es testigo de las historias. Castro confecciona en sus relatos una ciudad agradable y llena de nostalgia, aunque los cuentos bien pudieron pasar en otros lugares y eso no les habría hecho ni ganar ni perder calidad.
Desde el punto de vista del estilo, hay un trabajo limpio y ordenado, sin sobresaltos ni recursos demasiado elaborados ni pretensiosos. El trabajo de construcción de los personajes es ejecutado con sobriedad y no es falso decir que cada uno de ellos cumple sus objetivos. Marcelo y Byron de Así terminan las historias de amor, verbigracia, son personajes ciertamente entrañables.

Se puede intuir que Castro utiliza el envejecimiento de los personajes como una especie de sinécdoque que refleja la manera en la que ha envejecido la revolución. Los personajes son poetas venidos a menos, hombres calvos y panzones (porque los protagonistas son casi indefectiblemente hombres; las mujeres, objeto de amor y devoción), homosexuales encerrados en los prejuicios de otros, etcétera. Se plantea directa o indirectamente la idea de lo que pudo ser. Hay un olor de fracaso en el aire.
Es llamativa la figura del joven revolucionario, enamorado de unos ideales y también del amor. Porque a través de los cuentos se muestra lo más humano de la lucha social: el individuo que dedica canciones de Silvio Rodríguez, que se emociona con una mujer bonita, que tiene intereses personales y hasta mezquinos, pero que de alguna manera se desvive por unos ideales que prometen un futuro mejor. También se referencia la literatura revolucionaria.
Aparecen, además, las nuevas generaciones, que ven las cosas de otra manera y que han heredado lo bueno y lo malo de las anteriores. A los personajes jóvenes ya no les interesa la revolución, entienden a vida desde una óptica distinta.
Castro se hace en las historias las preguntas que todos nos hacemos: ¿De qué sirvió?, ¿dónde quedó todo lo que se soñó?, ¿por qué cosas como la corrupción nunca cambian?
Un libro debe ser para cualquier persona, pero creo que este es para quienes vivieron esas épocas y esas luchas. Debe ser un golpe duro de nostalgia. Yo quedé particularmente encantado de lo humano de sus personajes.
Josué R. Álvarez
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