El poemario «Laodamia» de José Adán Castelar es capaz de decir «adiós» en más de una palabra y con aliento divino, fatal pero sin melodramas. Para ello utiliza como mito fundamental de su discurso poético a Laodamia, personaje de la mitología griega, quien fue esposa de Protesilao, el primero en morir en la guerra de Troya. Laodamia, posteriormente a permanecer con él por tres horas (concedidas por los dioses) de la pena, se suicidó.
Esta colección de poemas publicada originalmente en 1999 y reeditada en 2008 por editorial Guaymuras, está repleta de versos sentidos y dolorosos. Sin embargo, no hay exceso de floritura y hay un enorme esfuerzo por decir, por simplemente decir, sin mayores pretensiones. Además, de una redención del yo poético, quien atraviesa por diferentes momentos en «Laodamia».
Se insiste a lo largo del texto, pero sobre todo en los de la primera parte, en la muerte como una consecuencia de la partida: «Morir es nada: perderte es lo difícil» (pág. 5), y a la vez aprovecha, en este primer ejemplo, para construir su hipérbole a partir del aligeramiento de un hecho trascendental como la muerte en comparación con la irremediable pérdida de su partida.

Por su parte «¿Debo estar muerto en homenaje a ti, / o elevarme de esta yerba seca?», es un sistema de metáforas planteadas a través de una pregunta que de paso le da una vuelta más a la muerte como última consecuencia de la despedida de un ser amado. Hay cierta ironía también en este cuestionamiento.
En otras ocasiones la muerte se propone simbólica, acompañada de otros signos y construyendo metáforas mezclando el referente con la extensión metafórica: «Y entonces cae muerte / de rincones oscuros, cuelgan / gritos de techos apagados, alguien / llora detrás de las paredes y un olor / a desgracia impregna / nombres y deseos» (pág. 7). Por ejemplo, el olor (referente) a desgracia (extensión metafórica) impregna (referente) nombres y deseos (extensión metafórica).
Por supuesto que este tema antes ejemplificado no es casual, ya que, a la primera despedida del mito de Laodamia, que es por causa de la guerra, se le añade una segunda despedida definitiva: la muerte. Entonces, no es sólo el que se va, el que dice adiós y muere, sino el que se queda, quien también muere, por lo menos simbólicamente.
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Los versos «Cuando muera, / serás mi eternidad» (pág.19), que comienzan la segunda parte del poemario se centran ya no en la muerte, sino en la trascendencia de esta: la eternidad. Este valor en conjunto del poema se añade al valor propio que tiene pues el poeta insiste en que piensa en ella, y que cuando muera será «su eternidad».
La muerte cobra, además, otro cariz en «Sed»: «Acércase el invierno. La ciudad lavará / sus inmundicias. Otros pájaros cantarán / en el frío. Con el tiempo que pasa, hieres / mi espera // Morir / me salva ahora» (pág. 36). Es la muerte la que salva del sufrimiento, la que probablemente la hará eternidad a ella. La muerte se ha convertido en una esperanza.
Mientras que en las primeras páginas el adiós se siente fresco, al final de la primera parte ya se comienza a hablar de nostalgia: «Y los recuerdos, como la nostalgia / poblada de estatuas, se amontonan / sobre papeles / y vestigios» (pág.16). Quizá sea necesario resaltar que esa nostalgia es posible percibirla como algo lejano y estático gracias a las evocaciones de «estatuas», «papeles» y «vestigios». Hay, sino un disfrute, por lo menos una aceptación tranquila de la soledad: «Con tu adiós haré / mi tranquilidad. / Con tu despedida / construyo ese lago / de fuego plácido / interior» (pág. 38).
La voz poética sugiere al final del poemario que los recuerdos son la única respuesta posible: «No verte es mi ceguera. / Pero escucho entre las hojas / una palabra tuya» (pág. 50). Y prosigue con el reste de los sentidos en este y otro poema: «Ya estos brazos / conocen la nostalgia, ya tienen la forma / de lo perdido. Eco es tu voz / que en mí suena, como si el recuerdo / hablase» (pág. 51).
El encabalgamiento no parece una casualidad en el poemario. En todos los adioses abruptos hay algo que no termina o que termina en otro lado, no con nosotros. Así, los versos que acaban hasta el siguiente verso son reflejo de lo que expresa el poeta a lo largo del poemario. La forma está contaminada por el contenido de los versos.
«Laodamia» en conclusión es un poemario que agota el tema de la despedida de manera inteligente y con amplitud de recursos poéticos. Es una apuesta en la que a través del mito se puede universalizar una experiencia personal, alejándose de una poesía del momento, anecdótica y narcisista.
Josué R. Álvarez
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