El sabor de la margaritas, estrenada en 2018, es una serie policial en toda regla: hay un hecho violento, una víctima y una investigación que trata de encontrar la verdad. La historia es contada desde el punto de vista de Rosa Vargas, una policía de extraña personalidad, que llega a Muriás para investigar la desaparición de Marta, una chica común que de un día para otro desaparece.
En El sabor de las margaritas no hay un solo personaje que sea lo que aparenta. No pensés que se trata nada más de que son unos hipócritas, sino que desde el sillón de casa el espectador va cambiando poco a poco lo que ha percibido a primera vista. Tampoco se trata de que los malos son buenos y los buenos son malos, es más profundo que eso, es más complejo que el blanco y el negro.

Por ejemplo, Marta, la chica desaparecida, no es solamente víctima. También es victimaria. Ella se dedicaba a la prostitución, grababa a sus clientes y los extorsionaba. Su personaje aún tiene una vuelta de tuerca más, no lo hacía porque sí, lo hacía porque necesitaba el dinero para sacar a su hermana de la cárcel.
¿Recordás el nombre de la detective? Rosa Vargas, pues no se llama así. Su nombre real es Eva Mayo, también policía, pero había sido retirada hacía un par de años a causa de su deteriorado estado de salud mental, después de la desaparición de su hermana. Eva secuestró a la verdadera Rosa y se hizo cargo del caso. ¿Por qué? porque en ese pueblo desapareció su hermana, quien, en efecto, es uno de los cadáveres que a través de la serie va encontrado la policía.
Abundan en este punto las dicotomías morales. Eva secuestra a Rosa (evidentemente un acto ilegal), pero tiene una causa sino noble, por lo menos humana. Y más allá de esa motivación personal, muy probablemente ninguno de los casos que fueron apareciendo habrían sido resueltos si los hubiera investigado la verdadera Rosa. Es decir, que una acción incorrecta dio pie a una mínima reivindicación de todas esas mujeres cuyas muertes y vejámenes habían quedado impunes. La policía local tampoco estaba muy interesada en llegar al fondo de ningún crimen, sobre todo porque estaba implicada.
En apariencia se trata de Marta, pero poco a poco se descubre que, en ese pueblo que no sucede nunca nada, hay lo que parece ser un asesino en serie que ha violado y matado al menos a diez chicas. De nuevo, como en un buen policial nada es lo que parece.
Como en Fuenteovejuna, en la que el pueblo responde Fuenteovejuna lo mató, aquí bien se podría decir Muriás desapareció a Marta y sobre todo Muriás violó y mató a esas chicas. Porque no hay un solo hechor, con el paso de los capítulos se va descubriendo que casi todos esos personajes, en principio amables y apacibles, están involucrados en las muertes de las chicas. Es más o menos lo que a veces se suele entender como sistema. El buen guion consigue manchar a todos los personajes. No quiere decir que todos son perversos, pero sí que se han dejado pervertir. No hay un gran rostro, no hay un gran descubrimiento al final del la serie.
Tanto en Fuenteovejuna como en El sabor de las margaritas se habla de violaciones y asesinatos y aunque no hay en la obra de Lope de Vega una frase que diga Fuenteovejuna violó a Laurencia, si se analiza la manera en la que se dieron los hechos se puede entender que fue así. Estamos ante dos casos en los que el verdadero personaje principal es un pueblo. Por otra parte, también se debe entender que el asesinato en Fuenteovejuna tienen un tono reivindicador y liberador.
Es muy probable, contrario a otras ocasiones, que la serie quiera conducirnos a esta reflexión de la apariencias. Hay un recurso de dirección que entre más se piensa, más sentido hace. Durante toda la trama, en escenas sueltas, aparece un personaje, cuya única conexión con los personajes centrales es que su hija es dueña de una perrita que Eva encuentra y que la acompaña durante gran parte de los episodios. Ese señor con apariencia angelical y conducta ejemplar frente a su familia —le ayuda a su hija de diez años a hacer la tarea, siempre trata con amor a su esposa— es en realidad un pervertido que todo el tiempo piensa en sexo. Es uno de los que contrata a Marta como prostituta para cumplir sus fantasías.
Esas escenas sueltas que lo muestran a veces con su familia a veces con Marta, no se sabe bien si son del pasado o del presente (porque Marta está desaparecida, no muerta). Ni lo uno ni lo otro: son del futuro. Y eso no se sabe hasta la última escena. Ni siquiera esas escenas son lo que aparentan. Este personaje aparece lleno de luz, siempre en escenas muy claras y precisas que contrastan con lo oscuro de la trama.
Aparentemente El sabor de las margaritas no se trata de una Fuenteovejuna moderna, pero sin duda guardan una misma esencia. Quizá esta serie nos recuerde que el mundo, desde el siglo XVII hasta hoy no ha cambiado tanto. Los mismos vicios, los mismos problemas, los mismos intereses mezquinos. Tal vez dentro de veinte o cincuenta años haya necesidad de contar una historia parecida.