El sueño de Gladys es viajar a los Estados Unidos y visitar a su hija, sus nietos y su yerno, «no que ella regrese», dice, «porque está mejor allá y aquí está muy feo».
Una madre que espera
En la casa de Gladys (Tegucigalpa), suena el teléfono por la tarde y hay que contestar pronto: puede ser Mirna, su hija (Miami). Ella se fue indocumentada a los Estados Unidos hace casi nueva años, con el objetivo de reunificar su familia, la que formó ella con Mauricio, pero para hacerlo tuvo que dejar atrás la familia en la que nació.
El viaje de hace nueve años fue el segundo que Mirna realizó, en 2008 había llegado a los Estados Unidos, pero sin David, su hijo mayor, quien como muchos quedó al cuidado de Gladys. En 2010 Mirna decidió regresar a Honduras para reiniciar el camino en 2012 ahora con sus dos hijos.

De los seis nietos de Gladys, tres son hijos de Mirna, a dos los ha tenido en brazos, pero a uno, a Daniel, nunca lo ha cargado porque nació en los Estados Unidos. A David no lo mira desde que tenía diez y a Dayana desde que tenía dos. Solamente David la recuerda, para los demás es una querida abuela que aún no conocen.
El sueño de Gladys es viajar a los Estados Unidos y visitar a su hija, sus nietos y su yerno, «no que ella regrese», dice, «porque está mejor allá y aquí está muy feo». Como tantas madres está dispuesta a sacrificar la felicidad de convivir con su hija, para que ella tenga una vida más tranquila en un lugar que, según sus palabras, es mejor.
Ha pensado en tramitar la famosa visa americana, pero aún no se atreve. Ha escucha historias de todo tipo. Hay versiones donde «se la dan» a personas que tienen familiares indocumentados, hay otras versiones donde «se la niegan». No sabe, entonces, lo que creer. Por eso todavía no se atreve, pero quizá pronto lo haga.
Por los momentos se conforma con lo que Adriana Zapata (Familia transnacional y remesas: padres y madres migrantes, 2009) llama remesas sociales: llamadas, videollamadas, cartas, regalos. Pero Gladys es más feliz cuando es ella quien envía unas semitas, unas rosquillas o unas tustacas hasta los Estados Unidos.
En las últimas semanas ha recibo con muchísima alegría y esperanza las voces de una reforma migratoria de parte del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. Sabe que el camino es lento, pero de nuevo, es feliz si su hija está en una mejor situación.
Por su parte Mirna también extraña su mamá, también desea verla, pero cree que su destino está en los Estados Unidos. Tanto así que, por ejemplo, si en una mala noche sueña que está en Honduras considera que ha sido una pesadilla. Pesadilla que es, según sus palabras, recurrente entre los migrantes latinos. En ese tipo de sueños ellos no pueden regresar al país que les ha dado una oportunidad que su patria les ha negado.
Le pregunto por qué no quiere volver y sin pensarlo mucho me dice que por la violencia, que tampoco tiene una formación universitaria y que su edad nadie le daría trabajo, y que la idea de un negocio en Honduras le ha rondado la cabeza durante un tiempo, pero le teme a la extorsión. Las más de 270, 000 personas desocupadas que para 2017 contó la Encuesta Permanente de Hogares de Propósitos Múltiples del Instituto Nacional de Estadística (Situación del empleo en Honduras, 2018) le dan la razón.
Y luego agrega que sobre todo por sus hijos, porque ellos tienen su futuro allá: David entró a la universidad el año pasado (2020), Dayana está en quinto grado y Daniel comenzó hace poco la escuela.
Además, Daniel recibe un tratamiento que en Honduras sería impagable para familias como la de Mirna y que en Estados Unidos recibe gratuitamente. Explica que por muy humilde que sea tu trabajo en los Estados Unidos, se puede tener una vida digna y sin mayores riesgos en lo relativo la violencia.
Recuerda también las experiencias vividas en Honduras. Por ejemplo, la vez que un asaltante bajo la lluvia le apuntó en la sien con un arma de fuego para que le diera sus pertenencias. «Por esas cosas es que no quiero volver», apunta. Y Gladys está de acuerdo, por esas mismas razones prefiere que su hija esté lejos. No quiere que su Mirna pase por los mismos riesgos que pasó hace tiempo.
También recuerda que a un primo de su pareja lo mataron, así como a tantos hondureños. Mirna lamenta lo que sus familiares le cuentan, lo dura que es la violencia en Honduras. A pesar de eso, también recuerda la Catedral, su lugar favorito en Tegucigalpa, y el reconocido negocio de Chinda Díaz.
Gladys la recuerda todos los días y pone en manos de Dios la vida de su hija, sus nietos y su yerno. Es paciente y espera que la reunificación no tarde tanto.
El camino de la migración está lleno de ironías y paradojas. Y aunque Gladys a diario sueña con ver a su hija y a sus nietos, una de las cosas a las que le teme es a que sea deportada. No se trata solo de verla, entonces. Es mirarla triunfar, alcanzar su sueño de una vida mejor. Vida que según el panorama actual aquí no podría tener.
Una hija que espera
Alejandra recuerda con alegría su graduación del jardín de niños, sus primeros años de escuela, su primera comunión, su confirma y la obtención de su título de maestra. Pronto también concluirá sus estudios universitarios. Pero a esa alegría siempre le faltó algo: la presencia de su padre, quien desde lejos la ha apoyado económicamente.
Osman se fue a los Estados Unidos hace 21 años, cuando sus hijas, Alejandra y Susan, eran apenas unas pequeñas. Ellas lo recuerdan vagamente y lo tuvieron presente durante años solamente por las fotografías.
Lo conocen por anécdotas familiares que les cuenta doña Azucena, su mamá, o incluso otro familiar, más que por experiencia propia. Tienen recuerdos que no les pertenecen; de la memoria de otros han alimentado su figura paterna. Ahora, gracias a las videollamadas vía WhatsApp, Alejandra puede hacerse una idea un poco más clara de su aspecto, de su voz y de su personalidad. Aun así, una conexión Texas-Tegucigalpa no acorta los más de tres mil kilómetros que separan a ambas ciudades.
Como tantos hondureños, Osmán emigró a finales del siglo pasado a causa de los estragos que causó el huracán Mitch en su negocio familiar: la tapicería. Al ser una industria tan pequeña y posiblemente no considerada como toral para el desarrollo económico no recibió ningún apoyo pare rehacer su negocio.
Osman tampoco pudo arreglarse por cuenta propia con los proveedores, ellos quedaron en la misma situación que él. Y en Estados Unidos, por esa época, según cifras de Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo el 16% de los migrantes eran operarios, artesanos y vendedores de productos y servicios. No pareció que irse fuera una mala idea.
Tenía la idea de construir un futuro y reencontrarse con su familia en un año o dos, pero hasta hoy no lo ha logrado. Cada año fue posponiendo su regreso. No ha encontrado el momento adecuado para volver, siempre obstaculizado por la situación económica.
No es extraño que sea así, en el informe para Hondura de la investigación Flujos migratorios laborales intrarregionales: Situación actual, retos y oportunidades en Centroamérica y República Dominicana (2012) se revela que solamente el 13% de las familias mejoró su condición de vida después de que un familiar haya emigrado. En algunas de ellas, lejos de mejorar ha crecido la sensación de tristeza y desamparo.
También es difícil contradecir el argumento de que desde allá se puede vivir mejor, por lo menos que aquí. Para 2001, según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el ingreso per cápita de los hondureños en los Estados Unidos sobrepasaba los trece mil dólares, mucho más si el dato se lo comprara con los mil y un poco más de dólares que ingresaba en promedio los hondureños en su propio país (Acuña, Herra, & Voorend, 2012).
Las llamadas telefónicas —que hasta hace algunos años se tenían que hacer desde un cibercafé o recibir en una casa vecina— han sido por más de dos décadas el único lazo que los ha unido. «Aún me dice gorda», recuerda Alejandra «y siempre que nos despedimos en una llamada, siempre, siempre, nos decimos que nos queremos mucho, es como parte de un ritual». «Son bonitas las llamadas», añade luego. Estas frases asegura ella, son las que han permitido que el vínculo no se rompa.
Osman aún mantiene la promesa de volver, aunque prácticamente no se hable de eso. Sus hijas lo esperan sin condición, sin reclamos, sin ningún interés particular más que vivir por fin la experiencia de tener en casa una figura paterna. Solamente quieren construir con argumentos propios.
En las llamadas que suceden frecuentemente, algunas veces sin un patrón predecible, Alejandra no se atreve a reclamarle por qué no ha vuelto, en realidad si volviera no le importarían los años de ausencia, ni las dificultades que han pasado debido a eso. «No lo esperaría en casa…iría al aeropuerto a buscarlo», confiesa. Imagina que lo abrazaría y le diría lo que en una conexión a larga distancia no ha podido, o al menos decirlo como no ha podido.
Le pregunto si Osman no estará mejor allá, en un país más seguro, Alejandra duda un poco y me responde que no, que estaría mejor aquí, porque aquí en Honduras está ella.
Una patria que espera, ¿qué espera?
El drama de la migración es más que el duro camino, es más que el miedo a «migración», es más que los 3 mil millones de dólares en remesas que llegaron en 2020 para ayudar a que Honduras se mantenga a flote. El drama de la migración son la familias transnacionales que viven cada una su propia versión del sueño americano.
Mientras que la macroeconomía espera el aporte significativo de las remesas al Producto Interno Bruno, los familiares solo esperan el regreso de sus seres queridos o simplemente volver a verlos, abrazarlos y besarlos.
El fenómeno de la migración ha generado modelos de familia muy complejos, que funcionan con llamadas telefónicas, obsequios y cartas de amor que se envían a través de Western Union.
Josué Álvarez
Bibliografía
Acuña, G., Herra, E., & Voorend, K. …. (2012). Flujos migratorios laborales intrarregionles: Situación actual, retos y oportunidades de Centroamérica y República Dominicana. San José, Costa Rica. : PNUD.
Corea, H. R., Zepeda, S., Martínez, J. L., Valladares, L., Pineda, M., & Aronne, E. (2018). Situación del empleo en Honduras. Tegucigalpa: UNAH.
Zapata Martínez, A. (2009). Familia transnacional y remesas: padres y madres migrantes. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, vol. 7, núm. 2, pp. 1749-1769.