Eduardo Milla es una de las voces más crueles y realistas de la literatura joven hondureña. Su poesía y su narrativa surfean el que es quizá el tema más sensible para cualquier ser humano: la dignidad. Me atiende con voz amigable. Me habla un poco de la vida, de lo dura que es. Del futuro que se nos propone también complicado, a pesar de que su voz tiene un dejo de optimismo.

Nos preparamos para comenzar la entrevista, pero antes hay que abrirle la puerta a Baco, que no es el dios griego del vino, sino su gato. Luego lo alimenta. ¿Qué relación habrá entre los escritores y los felinos?, me pregunto. Tal vez ninguna especial. Tal vez es la misma relación cotidiana de cualquier dueño con su gato, me respondo. Eduardo Milla nos recuerda que los escritores son tipos comunes.
Tipos comunes como él, que nació en un lugar común como Choluteca, y creció en otro aún más común como Tegucigalpa.
Tiene 29 años, es licenciado en Letras con Orientación en Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Tiene un máster en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Hace varios años ya, es docente en el nivel superior, pero los logros académicos tal vez no lo definen tan bien como su oficio de escritor y su afición por la lectura y el cine. Se siente en cada palabra que dice.
Publicó «El pago y otros cuentos absurdos» en 2019, y tiene varios textos inéditos. Ha sido seleccionado para diversas antologías y ha sido acreedor de varios premios literarios. Su vida ha sido llevada por la literatura, quien no le ha negado nada.
¿Cómo pasa Eduardo Milla de estudiar Lenguas Extranjera, exactamente francés, a la Carrera de Letras?
Cuando entré a estudiar me interesaban las lenguas extranjeras, específicamente el francés, porque me interesaba la literatura francesa: Baudelaire, Rimbaud, que quería leer en francés, pero descubrí que el nivel de literatura de la Carrera de Lenguas Extranjeras era bastante básico y muy bajo, y no tan especializado como el de la Carrera de Letras. Así que decidí hacer el salto, para estudiar literatura específicamente. Revisé el plan de estudios de la Carrera de Letras y vi que había bastante enfoque al análisis literario, hacia la crítica y hacia el conocimiento de la literatura en general.
Hay un poema tuyo que se llama «Mañana soy mesero de nuevo», ¿de dónde sale?
Trata de la vida de un trabajador común que se gana la vida como mesero. Propone la perspectiva de un trabajador común. Tiene la intención de ser crudo, está destinado mostrar lo cruel de la vida laboral en Honduras y lo que se sufre. Pertenece a un poemario que escribí hace tiempo, —que lo he puesto a concursar— pero como me de dedicado a la narrativa lo he dejado en el tintero. El libro tiene una parte sobre la vida, otra parte sobre el amor y otra parte sobre la muerte. Y en la parte de la vida está dedicada al mundo laboral, parecido a lo que hace Benedetti en sus poemas de oficina.
Mencionaste que llegaste a Francés por la literatura y que por esa misma razón llegaste a Letras, ¿qué es la literatura en tu vida?
La literatura más que un pasatiempo ha sido una búsqueda de conocimiento, aunque no ha sido una búsqueda obsesa. Me lo tomo con tranquilidad. La busco solamente cuando la necesito. Y del mismo modo hago con la escritura. Tengo, por ejemplo, una novela sin terminar porque es un proyecto muy ambicioso. La literatura ha tenido para mí varias etapas. La descubrí temprano en mi vida de manera autodidacta, porque me interesaba la lectura. Escribí algunos poemas y algunos cuentos de manera autodidacta, también. Sin embargo, posteriormente pensé que solo hay una vida y «¿por qué no estudiar literatura?». Mis primeros pasos fueron con poesía francesa. Juan Ramón Molina me llevó a uno de sus poemas, y así llegué a los poetas malditos. En la Carrera de Letras no es que aprendí a escribir, porque no creo que se pueda aprender a escribir, pero sí conceptos básicos. En definitiva, dejo que la literatura venga a mí.
¿La literatura no es, entonces, un late motive para Eduardo Milla?
No, quizá lo fue al inicio de mi juventud. Tuve esa desesperación de poeta adolescente, de llenar el mundo de poesía, de esconder libros de poemas debajo de la cama y ser descubierto y publicado por una gran editorial. Sin embargo, uno va madurando, se da cuenta de que la literatura es un arma de doble filo. Hay personas que se ven consumidas por ella, en nuestro país lo podemos ver, así como en la literatura universal: Kafka, Gogol. Dejan de vivir, solo por la poesía. Se debe guardar un equilibrio. Yo trato de hacer otras cosas también, hago ejercicio, me gusta ver películas, alguna vez me gustaría hacer cine, incluso. Si me muero sin escribir una gran obra, creo que no se habrá perdido mucho el mundo.
¿Te ha decepcionado la literatura?
Sí, creo que a todos nos puede decepcionar. He visto en gente que actúa de manera muy positiva, muy tranquila. Con otros la literatura es un fuego que los consume. En un contexto como el hondureño decepciona bastante, porque hay bandos, hay peleas innecesarias, por quién es el mejor, por quién gana tal premio, por quién lee en tal bar, por quien publica y un gran etcétera. Hay personas mayores que se dejan consumir por la literatura. Y también carecemos de un apoyo editorial, si es que existe tal cosa. Mientras no exista un mundo editorial en Honduras difícilmente la escritura dejará de ser una pasión juvenil.
¿Qué es lo mejor que te ha dejado la literatura?
Una inmensa necesidad de leer, como decía Borges, «uno es lo que es no por lo que escribe, sino por lo que lee». Me atrae más leer que escribir, y cuando escribo siento que es parte de mis lecturas. No soy escritor que necesite escribir una página al día. Me ha dado una visión del mundo, desde mi adolescencia hasta mi vida adulta. Como decía un crítico literario, el Quijote hay que leerlo de niño, de joven y de viejo.
En tu primer libro, hay un cuento que se llama «El pago». En ese relato las personas esperan desesperadamente su sueldo, cayendo en situaciones absurdas, ¿de dónde surge el cuento?
Es un cuento irónico, una alegoría de las experiencias laborales. Trato de contar la manera en la que se ha precarizado el empleo en Honduras y el mundo. «El pago» surge de esa necesidad y desesperación por recibir un salario. Es algo que puede llevarnos a la locura y al absurdo. Hay una influencia de Kafka y de Gogol, en el sentido de que la burocracia es capaz de entorpecer algo muy sencillo.
Ahora en general, ¿de donde surgen los cuentos?
De mi experiencia diaria y de mis lecturas. Ahora, por ejemplo, trabajo en una novela que aborda la corrupción y la violencia desde la perspectiva fantástica, que es una especie de metáfora o alegoría de nuestra realidad. A las personas que viven en una realidad muy decente, la nuestra, latinoamericana y tercermundista le puede parecer fantástica, increíble, imposible, absurda…
¿Son catárticos tus cuentos?
Sí, en cierta forma busco eso. Construyo personajes desesperados y patéticos, que persigan un fin y que este fin sea imposible. Y esto le da un poco de catarsis a la historia.
¿Qué te ha dicho la gente sobre tus historias?
He recibido muchas opiniones encontradas, incluso una persona que lo leyó me dijo que se había traumado, que el no creía que el mundo fuera así de horrible como se pinta en mis cuentos. Quizá él tenga razón. O tal vez la vida es así. Hay personas que me han dicho que mis cuentos pintan la realidad como es: estar desempleado o tener empleo, pero sin recibir pago. Trato de ser simbólico, porque es aún más chocante que lo realista.
¿Cuáles son esos autores que han marcado tu ruta literaria?
En la narrativa me ha influenciado Kafka. También por la literatura fantástica como la de Borges o las narraciones surrealistas de Julio Cortázar. Albert Camus, Juan Carlos Onetti, que va por el desengaño, lo triste, el desencanto de la vida.
Pero tu vida cotidiana es más optimista que tu literatura, ¿o no?
Ciertamente, intento despegarme. Cuando escribo me convierto en otro. En mi vida cotidiana soy bastante más alegre, más animado, soy muy inquieto. A pesar de vivir en un país pesimista, tengo algo de esperanza. Siempre estoy soñando.
Dijiste cine, ¿qué lugar ocupa el cine en la vida de Eduardo?
Al cine lo conocí primero que a la literatura. Mi papá me llevaba al cine, no precisamente a ver películas intelectuales o independiente. Fueron mis primeros pasos, me gustaba ir al cine como experiencia. Lo prefería primero que ir a jugar pelota o maquinitas. Siento que el cine me llevó a la literatura, y a veces escribo como si estuviera contando una película. Casi todo lo que escribo lo pienso como personajes de una película. Incluso, puedo decir que me hace más feliz que la literatura. Lo que pasa es que con algunos libros me siento muy desolado.
¿Te ves escribiendo guion para cine?
No lo sé, quizá en el futuro. Pero creo que me sentiría más cómodo dirigiendo, aunque aún no sé nada de dirección. Me cuesta un poco esa dramaturgia que tiene el cine.
Y hablando de directores, ¿cuáles son los que más te gustan?
Vitorio de Sica, Federico Fellini, por ejemplo. Y me gusta lo que hace Pier Paolo Pasolini en su trilogía de la vida. Otro cine que me gusta es el de Andrei Tarkovsky, que es extraño, desesperanzador pero muy humano. Ingmar Bergman me gusta mucho porque es más formal, muy de teatro. Es un dramaturgo perfecto dentro del cine.
¿Y las series te gustan?
Sí, sobre todo por su duración. Puedo pasar horas viéndolas.
¿Qué series te han gustado?
Me gusta mucho Breaking Bad, que ha sido calificada incluso como shakespeariana. Me gusta también Peaky Blinders, me gustan esas series de mafiosos. Me gustan las series policiacas porque planeo hacer literatura policiaca.
Has mencionado las artes marciales, ¿qué prácticas exactamente?
He practicado judo, taekwondo, algo de karate, pero me he centrado en el kung fu. Y ha formado una parte importante de mi vida. Las arte marciales me han ayudado a crecer. El pensamiento oriental es distinto, se trata de preservar el arte. Trato de darle un enfoque marcial a lo que escribo, sobre todo darle mucha paciencia.
¿Cuál ha sido el momento más difícil de tu vida?
La muerte de mi papá, que me marcó mucho porque era un adolescente. Marcó un antes y un después. Dejé de ser el mismo, ese tipo demasiado optimista. Y aún en mi vida adulta sigue siendo duro.
¿Y tu mayor alegría?
No hay un momento específico. Trato de que siempre haya algo que me alegre el día. La alegría es de momentos pequeños, desde comer hasta amar. No es como la muerte que es un momento fuerte.
¿De a pocos?
Exactamente.
En corto, lo primero que se te ocurra.
¿Una película?
La dolce vita.
¿Un libro?
«El castillo» de Franz Kafka
¿Un escritor?
Franz Kafka.
¿Un cineasta?
Ingmar Bergman.
¿Un color?
El azul.
¿Una comida?
Hamburguesa.
¿Una persona?
Mi esposa.
¿Un animal?
Mi gato.
¿Una frase?
(Duda)
Hay una de Orwell: «Si quiere imaginar el futuro, imagina una bota sobre el rostro de un humano aplastándolo constantemente, para siempre jamás. Evitarlo está en nosotros». Una frase de 1984.
Por Josué R. Álvarez