En Los cínicos no sirven para este oficio de Ryszard Kapuściński se aborda uno de mis principales temores en el comienzo de mi carrera periodística: el tratamiento de las historias dramáticas y terribles. Siempre me ha preocupado que esas historias sean utilizadas nada más como producto de mercado y no como producto social. Cuando él cuenta esas historias terribles y trágicas de la África conflictiva o de Afganistán o de Irak corre el riesgo de nada más estar comercializando con el drama.
Pero Kapuściński lo explica, para mí, de una manera brillante: «Los pobres nunca se han rebelado ni se rebelarán». Es por eso por lo cual se convierte en imperativo contar sus historias. Y solo hay dos maneras de contarlas: a través de los libros o través de las historias periodísticas, que a veces se pueden fundir en una sola. El periodismo se convierte, entonces, en un factor de progreso para las comunidades.
Y claro, sonaré utópico si digo que los periodistas estamos llamados a ser la voz de los pobres, pero ¿no necesitamos para sobrevivir un pequeña dosis de utopía? Y creo que el periodismo lucha contra lo que he llamado la primera pobreza, esa es la que es incapaz de hablar, incapaz de escuchar, incapaz de rebelarse: la insensible y la insensata.
Cuando Kapuściński habla de las fuentes se refiere a tres: personas, libros y la vida misma. Y por la vida misma debemos entender todo lo que nos rodea. Cuando se escribe, siempre es necesario tomarlo en cuenta. Porque muchas historias solamente se entenderán en ese contexto. Y las que se entiendan sin él, de todas maneras, les faltaría algo.
Más adelante en el libro, aunque no se dice directamente, se nos plantea que es importante aprender a hilar fino muy bien las historias que contamos. No solamente para que se entiendan, sino porque generalmente cómo piensen los periodistas es cómo pensará el mundo. Las personas no quieren pensar por sí mismas, no tienen ganas de hacerlo. Kapuściński nos dice que las personas llegan cansadas del trabajo, solo tienen ganas de compartir un rato con la familia, y dedicarles unos minutos a las noticias: nada más.
Lo que transmita un periodista sobre África o las guerras de Medio Oriente será lo que pensará la mayorías de las personas. Así que, si el periodista tergiversa las ideas, tergiversadas la entenderán los receptores.
El otro punto para destacar de la labor periodística es que es necesario ser «una persona de mundo», es decir, saber mucho de lo uno y de lo otro. Y en ese sentido Kapuściński se nos presenta como un verdadero periodista; maneja muy bien diversos contextos: Sudáfrica, Ghana, Argelia, Medio Oriente… Y sobre todo entiende a los seres humanos.
Así que como a cualquier persona que se dedica a contar historias al periodista se le aplica aquel fragmento quijotesco: «Quien mucho anda y mucho lee, mucho aprende». Vienen entonces a mi cabeza varias preguntas sobre cómo en nuestro periodismo nacional se manejan las historias terribles y dramáticas, y si existe una consciencia de que cómo piensen los periodistas, pensarán las personas que llegan a su casa cansadas de trabajar.
Por Josué Álvarez