Por Josué Álvarez
El lado oscuro del corazón (1992) del cineasta argentino Eliseo Subiela logra lo que el cine de autor busca incansablemente: la originalidad. Oliverio Fernández (Darío Grandinetti) es un poeta que busca a la mujer que vuela (literal y metafóricamente). Este curioso personaje también es asediado por la Muerte, en una de las personificaciones más sobrias —y en consecuencia potentes— que en el cine se haya hecho de ella.
Es normal ver cómo año con año se llevan novelas, cuentos, obras de teatro, biografías y hasta libros de historia a la pantalla grande, pero casi nunca poesía: aquí es donde radica su mayor singularidad. Desde el argumento, que se basa en el poema Espantapájaros de Oliverio Girondo, pasando por los poemas de Mario Benedetti —quien hace un cameo—, Juan Gelman y el mismo Girondo que se recitan en muchos momentos del largometraje, hasta las escenas llenas de figuras literarias, constituyen una de las películas más líricas de la historia.
Subiela se vale de la fantasía, que combina magistralmente con la realidad, para que se pueda entender una historia desde el código de la poesía y del mundo. Buenos Aires y Montevideo lucen oscuramente hermosas. La gente de a pie parece poesía, seguramente porque así es la poesía de Oliverio Girondo, de Juan Gelman y de Benedetti.
El poeta
Oliverio Fernández, que probablemente hace las veces del yo lírico de Oliverio Girondo, representa al poeta como figura —y no descartaría que a la poesía—, al desadaptado social, al del universo de la bohemia. A aquel que no entiende el mundo porque lo entiende de verdad, en una suerte de juego de ironía. Representa a aquel que entiende el camino del placer como única vía para llegar al amor: solo es posible el vuelo con una larga pista de despegue.
Cuando Ana (la prostituta) le pregunta a qué se dedica, él le responde que es juez de paz y en una próxima una ocasión le dice que es astronauta, como diciendo que no es nadie, que dedicarse a la poesía es dedicarse a nada. Por último, se confiesa poeta, pero cuando no tiene plata es algo más.
—Una prostituta como yo —bromea Ana.
A simple vista la vida de Oliverio parece un sinsentido, le gusta comprar trenes de juguete, armarlos, y echarlos a andar. Se los queda observando, así como quien observa la vida. Es un tipo que parece que no creyera en el amor, pero es justamente quien más cree. Reta a la Muerte constantemente, la insulta, la torea, se burla de su condición. En muchos pasajes, sobre todo cuando está con Ana, se convierte en una persona común, en un hombre enamorado sin más.

La Muerte
—No estás escribiendo —le dice la Muerte a Oliverio.
—Estoy con mi tren —le responde el poeta sin dejar de ver el locomotor de juguete.
Esta es la primera intervención de la Muerte en la película. Lo acosa, le recuerda que no es eterno, que quizá no tiene nada ya qué decir, que ser poeta no es un oficio, y lo más importante, que un día se lo va a llevar.
—¿Dónde dice aquí «se busca poeta», buena remuneración? —inquiere en algún momento la Muerte.
Es ella quien le busca trabajo, quien le pide que tenga un empleo «normal». ¿No es acaso la muerte quien nos lleva a formalizarnos en la vida?
Ella vomita cuando Oliverio está haciendo el amor, parece que estuviera enamorada de él, pero es que quizá lo esté de cada ser humano. Pero es el poeta quien se lo toma más en serio.
La prostituta
Ana representa a lo que las convenciones desechan, pero a la vez buscan. Ana es, sin duda, lo que la guerra y su consecuente pobreza dejaron. Ana es el amor que busca el poeta, pero escondido en el placer y en el dinero. A ella se la ve primero haciendo transacciones comerciales, y en el primer encuentro con Olivero, le responde a los versos que este le recita con el catálogo de precios de sus servicios. Pero sí, es una prostituta que lee, que conoce poemas de memoria, y que esconde los libros en los jarrones. Y es en definitiva la mujer que vuela.
Le teme al amor, porque entiende que ese es el final de su negocio, tampoco quiere ser redimida, no lo necesita. Se enamora como suponemos que se enamora una prostituta: con recelo.
Figuras literarias
La película está llena no solamente de poemas recitados, sino que algunas figuras, e incluso versos completos son llevados a la escenas.
La Muerte, por ejemplo, funciona como una personificación. Las metáforas abundan: el tren con el que juega Oliverio es la vida misma, la montaña rusa es el orgasmo, y la cama que apretando un botoncito bota a las mujeres que no vuelan son las relaciones que pronto acaban. A la transición entre este mundo y el más allá se lo muestra como un puente, más sereno de lo que uno se imaginaría.
En el caso de los epítetos, aunque no están referenciados con claridad cuando Oliverio propone: «Muerte cruel, Muerte al pedo, Muerte implacable, Muerte inexorable, misteriosa Muerte. Muerte súbita, Muerte accidental, Muerte en cumplimiento del deber», es inevitable pensar en la Muerte que se está viendo en escena. Lo mismo que cuando le dice que es una muerte de asilo, no una muerte torera.
En algunas ocasiones se juega con la ambigüedad de las palabras:
—Dice el gerente que si puede ponerse al día con su cuenta.
—Dígale al gerente que no se preocupe, ahora bajo y arreglo todo —. Baja sus maletas y se va. Eso es arreglarlo.
En uno de los casos más curiosos, el personaje de Oliverio se desdobla, y hay varios Oliverios: uno que ríe, otro que llora, otro que tiene hambre, uno mujeriego. Así como en el poema Mis personalidades y yo de Girondo.
La sinestesia es una de las figuras mejor logradas: una chica ciega —con la que Oliverio se acuesta— es capaz de descubrir los colores de los objetos tocándolos. Esa misma chica deja la puerta abierta en una evidente alegoría a la oportunidad que le da a Oliverio de estar en su vida. También en una especie de paralelismo, porque Oliverio no la tiró de su cama. La figura de la madre aparece representada en una vaca: blanco y negro, como los recuerdos.
Al tener una carga poética tan alta, casi cualquier hecho cobra valor de figura literaria. Como la limosina en la que llegan a la boda del carnicero, que se ubica en una barriada. Los antecedentes favorecen el ambiente y las conclusiones del espectador.
El lado oscuro del corazón es el acierto más grande de la fructífera carrera de Subiela. Un homenaje necesario y arriesgado a la poesía. Aún no decido si quiero que siga siendo única en su especie.
Poemas recitados en la película.
Poco se sabe — Juan Gelman
Espantapájaros —Oliverio Girondo
Táctica y estrategia — Mario Benedetti
Comunión plenaria – Oliverio Girondo
Pleamar – Oliverio Girondo
Restringido propósito —Oliverio Girondo
Vuelta y giro —Juan Gelman
No te salves — Mario Benedetti
Corazón coraza — Mario Benedetti.
Sefiní —Juan Gelman
Dicotomía incruenta — Oliverio Girondo
Costumbres —Juan Gelman
Personalidades y yo —Oliverio Girondo
Llorar a lágrima viva — Oliverio Girondo
Y quién se atreve a sostener que mi corazón es una locura — Juan Gelman
Cómo amar sin poseer — Oliverio Girondo
Rostro de vos — Mario Benedetti
Canje — Mario Benedetti
Nuevo canal interoceánico — Mario Benedetti