El Amazonas en calma.
Túdor y Cristina son padres de Ilie, un niño de siete años, y María, de cinco. Viven felices y con aparente tranquilidad. Los niños van a clases de natación y la familia se reúne con amigos; un matrimonio que se lleva muy bien.
Se escucha el estruendo unos treinta minutos antes.
De pronto un día, una cena con amigos y… una llamada sospechosa. Es un antiguo cliente de Cristina. Nada más.
La luna, la Tierra y el sol están alineados y las aguas saladas se imponen sobre las aguas dulces, que se frenan justo debajo. El monstruo asesino va penetrando el caudal de los ríos, que ya no logran contenerlo.
A Túdor no le gusta la llamada, contesta y soluciona el problema con palabras amenazadoras. Túdor está desempleado y se encarga de los niños mientras Cristina trabaja.
El Amazonas adiestra una vez más las aguas menores. Pero no es suficiente. En la tribu tupí guaraní todos saben lo que se acumula en lo profundo. Los niños más pequeños han aprendido en el colegio a reconocer las señales.
Constantin Popescu también escuchó el rumor oceánico. En su largometraje —verdaderamente largo—, nos regala 152 minutos que invitan al sufrimiento más lento y pausado posible. Es cortar la garganta y dejar colgando el alma. Desangrarla.
Un domingo, Túdor sale con sus hijos al parque que está muy cerca de su casa. Un plano secuencia que deja resbalar los últimos minutos de calma:
Minuto 0: La familia sale de casa. El parque está cerca. Túdor y María sostienen una conversación sobre el color de los ojos de los elefantes. Ilie solo camina.
Minuto 2: Al llegar, María le dice a su papá que quiere jugar en el “tobogón”.
Minuto 3: Suene el teléfono de Túdor. Atiende la llamada. Hay viento, y unas hojas de periódico en una banca en el parque se levantan.
Minuto 4: Túdor habla sobre futbol con Ilie.
Minuto 5: María dice “tengo sed”. Justo después, la mamá de Ada, otra niña en el parque, compra un helado a ambas… “de fruta y sin azúcar”.
Minuto 6: Túdor contesta el teléfono.
Minuto 7: Ilie, como haciendo eco de María, dice “tengo sed”.
Minuto 8: Túdor cuelga el teléfono. María fue el baño con Ada y Túdor pregunta por ella, a la contestación de la madre de Ada decide ir y comprobar que su hija está bien.
Minuto 9: Túdor vuelve del baño con María, la deja en la zona de juegos, limpia el helado de la nariz de María y va a comprar un café.
Minuto 10. María juega. Túdor vuelve y contesta el teléfono de nuevo.
Minuto 11: María corre.
Minuto 12: Túdor pregunta a Ilie por María. Desapareció.
Gritos húmedos, mojados por el ruido de las olas…
Un plano secuencia de 20 minutos que establece nociones sensoriales que conducen el estado anímico del espectador desde una tranquilidad inmóvil hasta la confusión. El director introduce pistas sutiles y vagas. Primero, se puede destacar el efecto y significado de las voces mezclándose como aguas revueltas. Al inicio del plano escuchamos la conversación entre María y su padre (en la que Ilie permanece callado), las voces de ambos son claras, con un tono promedio —no susurran ni gritan—, no se escuchan ruidos, el aire limpio y silencioso nos lleva sus voces con precisión.
Luego, en el parque, Túdor contesta el teléfono en varias ocasiones, hay un hombre discutiendo con unas señoras sobre la presencia de los perros en el parque (porque él lleva uno, por supuesto), se escucha a los niños hablar y reír y, finalmente, están las conversaciones entre Túdor y sus hijos u otras personas del parque. En ese momento del plano, todas las conversaciones y sonidos se perciben de manera simultánea y no es casualidad que las voces de los protagonistas queden en un segundo plano auditivo.
Por último, cuando María desaparece escuchamos a Túdor gritando su nombre, el tono y la claridad con la que percibimos su voz tampoco es accidental.
No solo gritan, también corren, saltan y juegan…

Por otra parte, la cámara también juega un papel interesante en la película. En el mismo plano secuencia se puede ver a los personajes moverse como olas, van y vienen manipulando las distancias en relación con la lente. Mientras están en el parque, María (protagonista del relato) y Túdor hacen una especie de danza visual. María se aleja de la cámara cuando va al baño y cuando va por el helado; Túdor lo hace cuando va por su hija al baño, cuando va por el café (ambos en distintos momentos), pero también vemos como María se acerca mucho a la cámara y a gran velocidad mientras corre por el parque y anda entre los juegos.
Si bien estos desplazamientos podrían considerarse naturales en el desarrollo de cualquier historia, no se puede negar que, en conjunto con los efectos sonoros, generan una atmosfera perdida, confusa, inexacta y llena de vaguedades. Parece muy fácil perderse entre las inexactitudes sonoras y visuales alrededor.
Además, hay un elemento más proporcionado por la cámara. Al inicio del plano, encontramos un una cámara estable y la mirada fija en los personajes, después lo movedizo de la toma nos revela una cámara en mano que siempre estuvo ahí y que vuele nuestra mirada con ligereza e inconstancia hacia los detalles que creemos haber perdido en el camino hacia la pregunta: ¿en qué momento desapareció María?
Simplemente no está a la vista. Túdor busca a María por los alrededores, habla con los otros padres, con Ada, y poco después llama a la policía.
Es importante hablar de lo que no hay. Mejor dicho, de lo que se pierde poco a poco. Las cosas en la vida de Túdor desaparecen, así como sucedió con María, justo frente a sus ojos. Y no hace nada. Ilie está más distante, extraña a María. Un día su esposa decide alejarse con Ilie y ya no están.
Discusiones telefónicas que se vuelven ausentes.
La familia que vimos al inicio ya no existe.
Se perdió.
La cámara nos proporciona un formato anamórfico y una pantalla lo bastante ancha como para respirar un poco mientras los nervios van colapsando. A pesar de ello, el efecto claustrofóbico es irreparable. Justo antes de la desaparición se ve un plano secuencia magistral que adormece los sentidos… pero bajar la guardia es la razón por la cual María se va de nuestra vista (esto lo sabe la tribu). Casi se puede compartir la culpa con Túdor. La cámara se vuelve aliada de lo trágico, todo desaparece y se sufre. ¡Qué bien han actuado todos! ¿O no estaban actuando?
Túdor sabe que es su culpa. Algo hizo mal.
Ve fotografías.
Estudia la escena para encontrar algo… o a alguien.
Ve las fotografías otra vez.
Un señor en el parque estuvo observando a María.
Las fotografías una vez más.
Le regaló algo, tal vez un dulce.
Ve las fotografías otra vez, ahora con un proyector.
Investiga un poco y va a la estación de policía. El oficial encargado de su caso le sugiere dejar todo en manos de las autoridades. Túdor comienza a visitar el parque todos los días para observar al sospechoso.
Lo espera. Lo ve. Lo sigue hasta su casa.
Ahora sabe cuál es su apartamento.
El sospechoso nota la presencia de Túdor y acude a la policía. Túdor también va y el oficial le pide que deje todo en manos de las autoridades, de nuevo.
El viento es más pesado, pero las aguas siguen en calma. Tal vez a lo lejos…
Suena el teléfono de Túdor. La policía encontró una niña.
Puede ser María.
No es ella.
Se parece, pero no lo es.
El oficial le pide que deje todo en manos de las autoridades. Túdor se va, prepara una maza que, congruente con su corte de cabello, es cortado a la medida exacta de su antebrazo, con la esperanza de que, al dominar la herramienta, tendrá control pleno sobre la situación, y sigue al sospechoso hasta su casa. Está irreconocible: su cabello, su barba, su mirada… Sube las escaleras con la capucha puesta, toca la puerta y ofrece reparar un desperfecto en el apartamento, el sospechoso atiende.
Unos brazos deformados, más de 100, 000 metros cúbicos de agua por segundo y cuatro metros de altura traen la tragedia color marrón. Los pescadores hoy vieron especies que no vienen del río. Ya saben de qué se trata. El ruido es más intenso, faltan unos quince minutos aún.
Alguien ya gritó: «¡pororoca!».
Túdor enfrenta al sospechoso.
La ola está viva. El océano y el río luchan. El sabor salado en la ribera delata el resultado.
Un final rompeolas. A lo Tarantino.
Alejandra Cerrato