Hay cuentos que nos dejan una impresión tan fuerte, que se quedan para siempre con nosotros. Afectan tanto nuestras vidas que influyen en nuestros gustos o nuestros miedos. A mí me pasó con Quiroga.
Cuando me casé, mi esposa y yo adquirimos varios artículos, entre ellos unos sillones. Como regalo venía una pequeña almohada, la más suave que teníamos en casa. Un día, en el cual era imperativo saber el material del que estaban hechos los cojines y almohadas que poseíamos, nos dimos cuenta de que la pequeña almohada era de plumas. ¡De plumas!
No lo soporté. Mi esposa, quien también ha leído a Quiroga, tampoco. No dudamos ni un segundo y la botamos. Y verificamos que no quedara una sola almohada de ese tipo en la casa.
No me importan las explicaciones, ni los razonamientos. Me es imposible dormir con un almohadón de plumas.
Josué R. Álvarez