La ballena fue una de las películas más aclamadas de 2022. Ha recibido alabanzas de expertos y aficionados, y creo que no es para menos. Quisiera, en esta breve reflexión cinematográfica, explicar dónde radica su belleza. Charlie es un profesor de literatura en línea que nunca enciende la cámara, y abandonó a su esposa e hija hace aproximadamente ocho años.
Lo primero que se nota cuando empieza la película es la relación de aspecto o encuadre de la pantalla. Es estrecha, para que Charlie, que sufre de una mórbida obesidad ocupe más espacio en ella. La película sucede toda dentro de su casa y una que otra escena en una playa, parte que es mitad recuerdo y mitad fantasía. Esas dos claustrofóbicas decisiones generan un ambiente asfixiante y a veces hasta incómodo.
Pronto en el largometraje nos damos cuenta que «ballena» no hace referencia al aspecto obeso del protagonista, sino que es un guiño a la novela de Melville, Moby-Dick. Una de las primeras escenas se desarrolla cuando Charlie está sufriendo lo que parece un ataque cardiaco producto de alguna afección de su salud, mientras un misionero de la iglesia Nueva Vida le lee un fragmento de un ensayo que se escucha varias veces a lo largo de la historia.
Un elemento clave de ese ensayo es la parte en la que afirma el autor, que ese libro se parece a su vida. Es, según mi punto de vista, una de las grandes tesis de la película. Los libros, las películas, la ficción en general se parecen a nuestra vida. Moby-Dick es una historia de obsesión y La ballena también lo es: hay que alcanzar el objetivo, a pesar de las consecuencias. Le sucede, por cierto, a más de un personaje.
A este punto se liga lo segundo. En varios momentos del desarrollo de la historia se habla de la honestidad. Hay un momento en el que la madre de Ellie, hija de Charlie, dice sobre la adolescente que es mala o perversa. Él afirma que no es así, que simplemente es honesta, y en efecto así es.
Y pensándolo bien, la literatura, o el arte en general, es de las pocas cosas honestas que tenemos en la vida. La prensa nos miente, el gobierno nos miente, nuestros familiares y amigos nos mienten, la publicidad nos miente sin parecer saciarse; la literatura es la única que nos cuenta las verdades sobre nosotros, aún sin conocernos.

El trabajo de un crítico literario es iluminar o descubrir la última belleza de los libros; en La ballena, Charlie, un lector experto y ensayista es capaz de hacer eso no solamente con los libros, sino que lo hace también con las personas, particularmente con su hija. No se trata de un padre ciego, sino de uno que es capaz de leer más allá de las apariencias, en términos técnicos estaríamos hablando de una inferencia.
Otro elemento destacable en esta película, que quizá se lleve el Oscar, es la manera en que emplea la antítesis como recurso literario. Los efectos de la relación entre Charlie y su pareja son propuestos como dos partículas de agua que se separan diametralmente después de un violento impacto. También hay otros recursos líricos como el paralelismo y hasta la hipérbole, finamente controlada.
Por último, quisiera destacar el rescate que se hace de la belleza del ensayo como género. Los ensayos solemos pensarlos como frívolos, con toda esa terminología que se propone en las escuelas, colegios y universidades. Un ensayo que es excelente puede ser tan bello como cualquier texto literario. Como el ensayo que se lee una y otra vez.
Josué R. Álvarez
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