«El lenguaje de las burbujas» es el tercer poemario de la hondureña Iveth Vega, y ha visto la luz en 2022. Con él se alzó como ganadora del Festival «Los Confines» de 2021. Antes de que se adentre en la lectura, debo aclarar que el análisis se ha orientado en una línea distinta al que tan acertadamente ha escrito Margarita Leoz en el prólogo, solo para no ser repetitivo.

Uno de los recursos que, desde este humilde comentario, se ha logrado identificar es la constancia en la negación. Es un recurso que Vega utiliza en la primera parte «Caer», casi en todos los poemas, y en varios de la segunda parte, «Flotar».  «Mi profundidad no alcanza» (pág. 31); «No soy altanera, solo estoy cansada» (pág. 43); «No quieres aceptar la inmovilidad, la no pertenencia, la sabiduría silenciosa» (pág. 77).

Sin embargo, el recurso de la negación no se limita a una lítote, que sería la figura literaria natural. Es necesario indicar que «El lenguaje de las burbujas» no se sostiene en las figuras literarias convencionales, sino que mucho de su lirismo descansa en las imágenes, y en el impacto poético que significa esa realidad representada.

El poeta José Antonio Funes dirigio académicamente la presentación del libro en Tegucigalpa

El adverbio cumple varias funciones en el discurso del libro, y hasta podría decirse que en algunos casos es sui generis. Algunas de las negaciones en «El lenguaje de las burbujas» parecen estar ligadas con el deber, es decir, esa sentencia en negativo resalta que debió ser lo contrario: «Yo me entregué a esta dimensión. No me acostumbré nunca a la oscuridad. Soy el amanecer que cae» (pág. 33). Además de que en este caso particular genera la idea de que el personaje o el yo lírico siempre está en lo oscuro. En «Vértigo» esa idea del deber cobra una dimensión incluso vital: «Mi madre no me despedirá con lágrimas de orgullo, mis amigos no podrán darme ánimos» (pág. 37). Se interpreta que debería pasar. Sucede lo mismo en «Estoy cansada y no se me permite dormir» (pág. 43). Se insinúa, en estos versos, lo contradictorio, el supuesto deber contra el ser.

La negación es también un límite: «Ya no puedo salir de la superficie y la sal consume mi cuerpo inmóvil» (pág. 47); «…volverás, vivirás largos y luminosos años, pero no te bastará (pág. 65». Límites propuestos como físicos que quizá son metafísicos, y límites metafísicos que son tal. El ego y las ansias existenciales, por ejemplo. Porque al ser humano no le basta, nada, ni la paz le es suficiente.

Los valores negativos también contribuyen a la construcción de la hipérbole: «Vamos enceguecidas por tanta luz, llevamos sobre nuestras cabezas las semillas de la civilización, por un camino que no acaba nunca» (pág. 59); «Miro los pájaros volar y no hay nada más sabio que volar con ellos» (pág. 83). Dicha construcción parece natural, porque la negación así como puede funcionar para poner límites, también puede servir para quitarlos, siempre y cuando haya algún otro elemento de negación que active la cualidad hiperbolizante que tiene el adverbio de negación.

Además, llama la atención la segunda parte del poemario -que parece mucho más integral que la primera-, que se repite la pregunta ¿quién soy? Más de una vez. Y en cada uno de los versos se trata de responder a una pregunta tan existencial. El yo lírico prueba por un lado y por el otro. No es casual que el verbo poder se conjugue en primera persona para responder en más de un verso: «Yo conozco la geometría del universo, puedo traducir a números dorados lo que veo» (pág. 79); «Puedo clasificar las semillas con mis dedos gastados» (pág. 83).  Se puede inferir que el yo lírico responde a la pregunta ¿quién es?, con las habilidades, con las experiencias, con los recuerdos, presentes en diferentes versos de «El lenguaje de las burbujas».

Otra particularidad de la segunda parte del poemario es la aparición constante de las conjunciones adversativas como «pero», como si en la búsqueda del ser, de la respuesta definitiva sobre quién se es, hubiera que elegir entre una sentencia y la otra.

«El lenguaje de las burbujas» es un texto que da para horas de relectura y de reflexión. Además, como en una especie de juego, la autora ha dejado una gaviota entre los poemas.

Como conclusión de puede afirmar que la autora consigue con notable habilidad diversificar los valores de una palabra o una función, en beneficio de su texto, y en general de la poesía.

Josué R. Álvarez